«Al Fin Solo»

Llega un momento en la vida de todo ser humano en el que, hasta un hombre tan sociable como mi menda, se descubre sumergido en un estado de absoluta, profunda soledad. Si este suceso tiene lugar, además, en los tiempos que corren (crisis), habiendo alcanzado la intimidante edad de cuarenta primaveras (más crisis), y encima por causa de un abandono sentimental (crisis nerviosa), el descubrimiento hace honor a su nombre, dando en provocar un proceso de revelación casi iniciática. O, lo que es lo mismo: Puedo asegurar que, en la enésima ocasión en que te descubres solo, asomándote al viaducto de Segovia, entregado a la científica tarea de calcular la correspondencia de los factores espacio, aceleración y cociente de rozamiento del aire de los cuerpos en descenso, se adquiere plena consciencia de la imperante necesidad que tenemos los unos de los otros, y, sobre todo, de la escasa disposición que tienen los otros hacia uno. Porque ya no es solo que te haya dejado ella. Es que te han dejado todos, hastiados de tus constantes quejas, de tus incesantes lamentos, y tus reiterados ayes: ¡Ay, si no hubiese hecho esto! ¡Ay, si hubiese hecho lo otro! ¡Ay, si no hubiese estado todo el rato diciendo ay..!- ¡Ay, qué alto está el viaducto!

Pero también puedo asegurar que, al menos en mi caso, esa misma enumeración de errores vía perorata lastimera y cansina, se torna reveladora de los motivos, razones o sinrazones que te han llevado al penoso estado del que te quejas. Y te permiten entrever que ahí tienes miga, mucha miga. La miga con la que conformar la hogaza de pan que es un nuevo espectáculo. Uno muy gracioso. Y bonito. Y limpio. Un espectáculo que gustará a mujeres y hombres, de todo género y condición, jóvenes, mayores, de media edad, altos o bajos, gordos o flacos, honestos o presuntos, con más o menos pelo… Un espectáculo que no solo aspire a ser la mayor ración de carcajadas que se pueda llevar un espectador en un solo viaje, sino que, al mismo tiempo te deje una buena digestión. Reconciliado contigo mismo, podrás quedarte solo, sin miedo, y decirte: ¡Manolo, tampoco es para tanto!. En el caso, claro está, de que te llames Manolo. Era un suponer. Si te llamas Antonio, sería Antonio. Y cuando eso sucede se te pone una sonrisa de oreja a oreja, porque te das cuenta de que tienes un mensaje transcendental que transmitir, y que da para un espectáculo con el que, como poco, puedas superar, al menos, una de las tres crisis en las que estás metido: Y algo es algo. En fin… Dicen que la soledad es mala consejera. Yo no lo tengo tan claro. A mí me ha dado para crear este show. Disfrutadlo. Yo lo hago.

Primera representación: Bilbao 2011

CRÍTICAS
Texto: Natalia Eseverri
Esa frase me la dijo uno de mis profesores de magacín de radio como máxima a la hora de afrontar un programa de cualquier característica. Pues bien, en las ocasiones que he tenido la oportunidad de ver al humorista Goyo Jiménez encima de un escenario, también cumple esa filosofía con gran éxito.

Dentro de un texto perfectamente elaborado donde sabe cuándo tiene que hacer las pausas, cuando los momentos de clímax total, la empatía y la interacción con el público, los sonidos, los gestos, las posturas y hasta cantar, Goyo realiza un espectáculo de casi tres horas donde uno no para de reír y de recrearse en las situaciones que él mismo escenifica.

Supongo que su éxito viene caracterizado por algo que él mismo cuenta en su espectáculo. Su capacidad de observar. Es capaz de definir una situación casera real de pareja, en todas las variantes posibles y darle los adjetivos y los tonos adecuados para que no puedas parar de reírte de esa situación, que en definitiva es la situación que tú vives en tu día a día.

Otro logro importante que destaco de la capacidad y el buen hacer de Goyo Jiménez es que uno ya piensa que lo ha visto todo en el mundo del monólogo, sobre todo, cuando se trata de reírse de hombres y de mujeres. Pues Goyo logra dar una vuelta de tuerca más, un giro inesperado y que aunque sea un tema común que se escucha en muchas actuaciones, él lo hace de manera original sin que te suene nada de lo que está contando y que te parezca totalmente nuevo.

Por cierto, si es bueno reírse de uno mismo, no entiendo como en una sala de teatro donde todos vamos a reírnos, haya público que ponga malas caras a la gente que se ría. Risas hay de todos tipos y colores y si alguien se rie de una forma estridente, al menos se lo está pasando bien y está disfrutando. ¿Por qué hay que ponerle algo negativo a esa circunstancia? ¿Por qué hay “muermos teatrales” que tienen que estar fastidiando con sus caras de angustia a gente que se lo está pasando realmente bien? Si no te hace gracia, búscate otro espectáculo a tu altura y deja ser felices a los demás.

Hago este inciso porque Goyo Jiménez debería recetarse como medicina para la felicidad. Para disfrutar con alguien que piensa en el espectador y que no pare de reírse con sus genialidades. Para realmente olvidarse de las tonterías cotidianas y pasar dos horas y media divertidas. Pocos lo consiguen y es una suerte que haya cómicos que sean especialistas en esta materia.